Hace unos meses la Universidad de Deusto de Bilbao invitó a Esta es una plaza a participar en el OcioGune 2014, un foro sobre el ocio que en esta XI edición se formulaba bajo el lema “Repensando la Ciudad”.
Nos propusieron participar en el segundo día del foro, en una mesa cuyo tema era “Ocio y derecho la ciudad”. El objetivo de esta jornada sería ” visibilizar expresiones innovadoras de ese derecho a la ciudad que emergen a caballo entre el activismo social, la práctica estética y el saber colaborativo; iniciativas de mapeo y cartografía de la ciudad que buscan visibilizar los recursos comunes urbanos (urban commons), a menudo invisibles ante proyectos comerciales y urbanísticos”.
Esta es una plaza aceptó la invitación y decidieron mandar a uno de sus integrantes más ociosos para contar como nació su experiencia de jardín comunitario autogestionado y trasmitir la filosofía del espacio. También contemplaron que la persona que acudiese a la ponencia dominase a nivel básico el euskera, que combinase en sus prendas de vestir un estilo desenfadado no exento de elegancia, y sobre todo, que nunca hubiese estado en un hotel de 5 estrellas para experimentar una de las experiencias más turbadoras que puede vivir un ser humano: levantarse a las 9 de la mañana y enfrentarse a un desayuno pantagruélico con una oferta de productos tan vasta que tu cuerpo queda paralizado.
Así que quien esto escribe fue el huertero seleccionado para polinizar Bilbao con un discurso sobre otros ocios posibles, sin consumo, pedagógico, participativo. Con esta idea en mi cabeza me encaminé hacia la Universidad de Deusto para asistir a la primera jornada del Foro donde se profundizaría sobre el ocio, patrimonio e identidades urbanas.
A lo largo de la ría el paisaje era tan evocador que desenfundé mi cámara de fotos de la que no me separaría en mi periplo bilbaíno.
¿Y el Guggenheim? Espectacular, ¿no?
En este primer paseo por la ría no lo vi, estaba ensimismado con otros paisajes que esconde la ciudad. Me llamó mucho la atención la vegetación que nacía en los bordes de la ría.
Si sólo tenías que levantar la cabeza, el museo inunda toda la ciudad. Ya, ya, pero cuando levantaba la cabeza veía otros monumentos extraordinarios. Hasta con un tigre me crucé rugiendo al cielo de Bilbao.
Sin noticias del Guggenheim llegué hasta la Universidad de Deusto.
Me presentaron a los demás ponentes, asistí a las charlas matinales, conocí a público joven del foro que querían emprender proyectos de huertos urbanos en su ciudad, y tras una comida con los coordinadores del foro nos fuimos rumbo a la península de Zorrotzaurre, a las naves de Zawp, donde el mensaje de mi powerpoint se extendería entre mi entregado público.
Pero no hablemos de mí. Volvamos a Zawp, uno de los proyectos incluidos en el colectivo Hacería que están dinamizando culturalmente esta parte de la ciudad, abandonada por la administración, y que dentro de unos cuantos años se convertirá en uno de los barrios residenciales de alto standing de Bilbao.
En los planos que nos entregaron para ver cómo quedaría la península tras convertirla en una isla, el verde parecía colonizar la nueva ínsula, pero a mí me gustaba el aspecto bohemio-decadente del lugar.
Vista de Zorrotzaurre desde el otro margen de la ría
Ya en la península el colectivo Hacería nos explicó el proyecto y la lucha por conseguir que los 450 vecinos del lugar no se vean desplazados de su barrio.
Y llegó el momento de mi charla. A pie nos desplazamos hasta las naves de Zawp. Se me olvidada felicitar a la Universidad por el acierto de sacar el foro de las aulas a un lugar de activismo social.
Todo el mundo quería salir en las fotos cuando se enteraban que venía de Esta es una plaza y de la Rehd mad.
Estas son las naves del Zawp donde se desarrollan multitud de actividades culturales. En la Nave 4 se celebraron las ponencias.
En esta sala tan colorida fueron las ponencias. Una vez sentado en el lugar de los ponentes (me encantó el sillón-powerpoint) dirigí mi cámara hacia el público.
¿Los nervios me produjeron esta visión borrosa? ¿el público estaba inquieto en sus asientos? ¿no puse el flash? ¿O sería la cervecita que me tomé en una de las naves?
La presencia de mi amigo Iñaki en la nave, un Bilbaíno bien apuesto al que os presentaré más adelante, me calmó. Aproveché para peinarme y hacerle un gesto con las manos para indicarle que tomase fotos de mi presencia en el foro.
Ahí estoy yo (el menos guapo), junto a Carolina, otra de las ponentes que resulta que visita junto a su hijo con asiduidad Esta es una plaza (es vecina de Lavapiés). El mundo es un pañueloak.
Aquí ya estaba crecido. Como palpaba la sintonía del público con el proyecto terminé mi intervención con el vídeo musical “Huert Side Story” que rodamos en Esta es una plaza y con el que ganamos el prestigioso festival “Salchipapafilmfestival”. A la finalización del vídeo todo el mundo quería poner un huerto en su vida.
Tras la charla marché con Iñaki rumbo a Algorta. Empezaba mi rol de turista por el País Vasco.
Iñaki en este pueblecito encantador. Iñaki irradia felicidad no por el regusto en su paladar que dejó mi intervención en el foro. En una semana se casa.
Se casa con Tania, que aprovechaba cualquier descuido de Iñaki para abrazarme.
Ya, ya, muy bonito todo. ¿Pero el Guggenheim?
No sé, se ponían otro tipo de estampas en mi campo de visión. Al día siguiente emprendí la búsqueda del museo. Inicié una ruta por la ría desde la plaza del Ayuntamiento hasta el barrio de Olabeaga. Según el mapa, sí o sí, me encontraría con él, pero nuevamente el coloso de titanio me evitaba. En mi camino me encontré con patinadoras, regatistas y nuevamente con las plantas ribereñas que empezaban a colonizar otros elementos de la ciudad fuera del agua.
Me sentí decepcionado por no encontrar el Guggenheim. Otra vez quedaba de manifiesto mi incapacidad para orientarme mirando un mapa. Me encantaría ser noruego en estos momentos. Tengo entendido que son unas máquinas interpretando UTM.
¡Qué cabrones! Míralos, con un Txoko en Oleabeaga.
Volví al hotel algo desconsolado. Sólo faltaba un día para mi regreso y aún no me había topado con uno de los símbolos del nuevo Bilbao. Al día siguiente retomé el reto. A la salida del hotel aromas a curry, azafrán, orégano y demás especias me arrastraron hacia el interior de la margen izquierda de la ría.
Aparecí temprano en el barrio de San Francisco. Recordé que antes de mi visita a Bilbao tecleé en San Google “huertos urbanos” y me apareció uno en este barrio. Éste sí lo encontré enseguida.
Es un huerto comunitario ubicado en un centro cívico que lleva funcionando unos dos años. Me extrañó no ver a nadie. Nuevamente mi visión enfocaba otros planos de la realidad. A mi espalda se estaba desplegando el Munduku Arrozak, los arroces del mundo, el festejo que canalizaba toda la fuerza del huerto de San Francisco y demás colectivos de Bilbao que se concentraban en la plaza para reivindicar más derechos e inversiones para sus barrios.
No tardé en encontrar a los agrourbanitas de San Francisco, su paella, su cesta hortícola y la gran mesa donde me invitaron a comer
Cuando me levant’de la mesa rumbo al aeropuerto, Ramiro, un miembro del huerto de San Francisco me obsequió con una planta de tomate. Como símbolo de hermanamiento entre la Rehd mad y Bilbao, me comprometí a plantarlo en los bancales del huerto de Esta es una plaza y guardar las semillas del fruto más hermosos para repartir a otros huertos de Madrid.
¿Me dejarían pasar en el aeropuerto el tomate de Munguía?
Prueba superada. Ya estaba en el metro de Madrid, destino mi casita.
Al día siguiente acudí a Esta es una plaza para llevar a cabo el ritual de la plantación de hermanamiento. Sin embargo, todos los bancales de tomates estaban hasta arriba. No atisbaba un huequito para el de Munguia. Me encontré con Ainhoa, una compi del huerto y tesorera de la Rehd mad. Antes de contarle la historia del tomate, me comentó que en unos días iría a Valencia a visitar a uno de nuestros más queridos huerteros, Quino, que hace un año se fue a vivir a un pueblecito de Alicante. Había sido padre y coincidiendo que por el puente de junio Ainhoa iba con unas amigas a Xeraco se pasaría a visitarlo.
No terminó de contármelo y ya visualicé a nuestro tomate vasco en su nuevo lugar de arraigo: El huerto de Quino. Qué mejor símbolo que llevarle por el nacimiento de su niño un tomate vasco para plantarlo en tierras de la Cominidad Valenciana, mimarlo, y obtener semillas para llevarlas a Esta es una plaza en su próximo viaje.
Era el plan perfecto. Además aprovecharía para acentuar mi moreno facial, a la vez que visitaba a mis papis que, casualmente, tienen un pisito en la playa a 20 km de la casa de Quino.
Y llegó el gran día. Qunio se mostró encantado con la idea. Tras presentarnos a la nueva criatura, Alex, nos dirigimos a su huerto.
Cuidaré este tomate como si fuese mi hijo. Gritó Quino entre lágrimas a Ainhoa
Y aquí estoy yo poniendo fin a mi experiencia bilbaína
Y al igual que en mi ponencia, voy a terminar este viaje iniciático con otro vídeo que atestigua la veracidad de la plantación.
¿Y el Guggenheim?
No sé, tengo recuerdos borrosos de hojas de metal. ¿Estuve cerca?
¿Y el Guggenheim?