Lo que no se conoce pasa desapercibido. Así que empezamos una sección en nuestro BLOG para rescatar las plantas más singulares o menos conocidas presentes en nuestro jardín comunitario.
RICINO*.(Rucinus communis)
Originaria del África tropical, ha echado raíces en todos los continentes. Se ha adaptado a suelos de todo tipo y ha ocupado terrenos baldíos, nitrófilos y marcados por la actividad humana.
Según el clima del lugar puede ser una hierba anual, un arbusto elegante o incluso un árbol de hasta 7 metros, con grandes hojas palmadas ( que le han granjeado el nombre de palma de Cristo) y tallos que a menudo muestran tonalidades rojizas. Sus flores unisexuales se agrupan en los extremos de los tallos, las masculinas en la zona inferior y las femeninas en la superior. Al ser fecundadas, éstas se convierten en frutos de aspecto blandamente espinoso y un color rojo vivo, que maduran y se secan hasta que sueltan las semillas que guardaban en su interior. El aspecto de esta simiente le ha valido a la planta su nombre científico ( y algunos de sus apelativos comunes) por su parecido con unos parásitos que tantos quebraderos de cabeza han dado a ganaderos del mundo entero: ricinus significa “garrapatas” en latín.
Otros nombres comunes, como higuera infernal y algunos similares ( higuera del demonio, árbol del demonio ), nos indican que no es una planta inocua de hecho, sus semillas esconden uno de los venenos naturales más potentes del mundo, la ricina, cuyo consumo puede resultar fatal. Curiosamente, las semillas también contienen cantidades notables de aceite ( hasta más del 80 %), muy rico en ácido ricinoleico.
El principal interés del ricino radica en este aceite derivado de sus semillas, que ha tenido y tiene usos de los más variopintos en distintas partes del mundo. Uno de los más comunes, si bien algo anticuado, es el medicinal: el aceite de ricino fue ampliamente usado como purgante o laxante, famoso por su detestable sabor.
En otros puntos del mundo, en cambio, el aceite de ricino halla usos distintos: ha sido apreciado como combustible de lámparas ( al menos desde el Egipto faraónico, así como en la tradición hebrea), para elaborar jabones o como aceite de masajes.
La elevada toxicidad de sus semillas las ha convertido en un mecanismo para eliminar parásitos, envenenar animales o incluso para homicidios o suicidios, ricina mediante.
*esta información ha sido extraída de “El libro de las plantas olvidadas” de Ana S. Erice