Os animamos a encontrar este maravilloso ejemplar que se encuentra en nuestro jardín dando sombra a los cactus.
Azufaifo (ziziphus jujuba)
Los escasos azufaifos domesticados que aún perviven en nuestros huertos vinieron del Lejano Oriente. Una especie crece silvestre en la península ibérica: se trata del arto, un arbusto caducifolio de ramas zizgageantes, con las aristas bien defendidas por una espina y una pequeña hoja ovalada con tres nervios bien marcados.
Los azufaifos cultivados, en cambio, parecen la versión aumentada y dulcificada del arto: más altos, de frutos más grandes y a menudo con menos espinas. En nuestras tierras, la parte más apreciada de los azufaifos son los frutos, las azufaifas. Al madurar se vuelven marrones y se agusanan con facilidad, así que suelen recogerse cuando aún están verdes y crujientes. Pueden consumirse frescas, secas o en forma de mermelada.
Las azufaifas son ricas en azúcares, mucílagos, flavonoides y vitamina C. Allí donde la medicina popular occidental únicamente emplea las azufaifas, tomadas sobre todo como antiinflamatorios bucofaringeo, la medicina tradicional china ha valorado todas las partes de la planta. Además, el consumo diario de azufaifas se considera beneficioso para calmar la mente, dormir mejor y vivir más años.
En China, las azufaifas se empleaban como ofrendas ceremoniales ya en tiempos de la dinastía Tang (618-907) gracias a su color rojizo, que allí se considera auspicioso. Además, y dado que el término para designarlas (zaozi) suena exactamente igual que las palabras para referirse a un “hijo temprano” - es decir, son homófonos-, las azufaifas son uno de los frutos que esparcen sobre el lecho matrimonial de los recién casados.
En Oriente medio se han considerado beneficiosos para el embarazo entre otras muchas cosas. Se dice que si hay un árbol sagrado en Oriente Medio es éste. Además de citarse en el Corán, existen leyendas de azufaifas que sangran y gimen al cortarlos y cuya tala conllevará la muerte de quien ose perpetrar un crimen tan horrendo. Se cree que los santos sienten especial atracción por estos árboles, algunos de los cuales se convierten en su morada espiritual tras la muerte o bien se quedan “contagiados de su santidad”.